La continuidad tiene luces imprevistas

Las ciudades, las reales y las simbólicas, y ambas entremezcladas, tienen su color particular. Montevideo continúa con la preservación de toda la gama del gris, el existencialista profundo y el de los hallazgos repentinos, sus perlas. Aun cuando la robótica y las tecnologías de la información se erigen como una epidermis ineludible del paisaje citadino, todavía surgen rupturas que extraen el máximo jugo a las vivencias de cada habitante. Así lo hace Gera Ferreira en Continuidades, libro de simetría exactamente dividida que establece, por un lado, un rincón lírico, y por otro, un sector de relatos breves con sobrias ilustraciones que los acompañan.

El poemario se inicia con “Itinerario 1” e “Itinerario 2”,títulos que se abren camino hacia una “poesía en movimiento”. “Itinerario 1”,con su ambientación omnibusera, nos impregna, entre idas y regresos, la monotonía del tiempo recursivo, en el cual la anécdota rutinaria se vuelve tan infinita (“El guarda me mira fijo/ busca algo dentro de mis ojos/ algo que le indique por un segundo que hoy será diferente/ pero no/ no hay. /Ambos nos damos cuenta”), que sólo una leve tensión (“algo que le indique por un segundo que hoy será diferente”) indica un leve destello esperanzador, prontamente frustrado (“pero no”). El acertado símil vanguardista (“Las cabezas de los pasajeros parecen globos negros”)textura el ecosistema del ómnibus en desesperación contenida, en ausencia casi física de personas, objetos, vida. Es la ciudad onettiana, omnipresente, cuyas compuertas rompen los diques del tiempo y del espacio. Sólo algunas salpicaduras léxicas (“escrolear, favs”) nos demuestran una poesía de territorio y de viaje, traducida en literatura como país del presente. En “Itinerario 2”, las baldosas son las protagonistas, son aquello que pisamos y se nos subleva. Nos hablan con furia e indolencia al mismo tiempo (“la baldosa rompió su rabia/ la baldosa arrojó su desidia sobre mi pantalón alegre”). Son poemas reconcentrados, murmurantes, si bien reflejan una sonoridad que nos interpela.

Otros textos tienen una luz tenue, como el poema “Ser de verdad”,que, con una tonalidad menor, elabora el desgarrador enlace que pesa sobre la tristeza cuando esta se adoquina de verdad. La tristeza como “hoja que se abre al cantar del agua” nos induce a constatar que la vida es una medusa envolvente que se aprovisiona del devenir. Esta medusa devora la enumeración que el autor hace de todo lo que es “ser de verdad”: la lluvia, la sangre, el perfume de la piel, “mis muertos (…) y sus ojos que jamás desaparecen”, los amigos, la noche, la propia escritura. Dice el yo lírico en “Ser de verdad”: “Escribo para ser de verdad/ atraído por una fuerza incomprensible/ como el amanecer/ escribo para entender/ lo que mi boca jamás dirá”. No quiero dejar de lado poemas como “Apetito”, un recorrido del pan, también personificado, que apela a una filosofía de vida con múltiples alternancias, incluso las más intensas y hondas (“su miga tenía un montón de recuerdos”), y el paralelismo casi fálico de algunas estrofas (“Y obvio que lo masticaba fuerte, vos que creés,/ como si se me fuese a quebrar la mandíbula/ con la boca llena de amor”). En este libro, comer también involucra erotismo.

En la segunda parte, los breves relatos que se compilan bajo el título de “Instantáneas”son de variada estirpe y extensión, y pueden definirse como recortes existenciales con leves pinceladas de crónica. Hay alusiones setentistas a productos de compra (como Vascolet o las galletitas Chiquilín, en el relato “Una canción”). El color ficcional de las vidas cruzadas establece una reencarnación de identidades que permiten darles a los relatos una presencia sensorial. Esta sucede en la incursión al mundo de los rituales afrobrasileños y sus “curas mágicas” (“Una canción”); en el tema del suicidio inducido por el hambre y la miseria (“Un bondi que nunca llega”); en “Hogar”, cuyo tema involucra los vínculos familiares que sólo son de sangre, pero no tienen la calidez ni la empatía de la proximidad o el contacto, y en el magistral “Pelos de gato”,una página breve cuyas metáforas vanguardistas (“Son las cáscaras de pared blanca […], esquelas de piel desprendidas por la gravedad” o “los pelos de gato, pequeños nidos de orgullo desprendido”,omás aún en “vagabundos con alma de rubí”) permiten vislumbrar a un cuentista sobrio y cotidiano.

Tanto los poemas como los relatos de Continuidades hacen un guiño panóptico en el que cada objeto y cada ser se tipifican en un diálogo múltiple cuya tónica son la nostalgia, las pequeñas historias y su espesor, el spleen que envuelve como un mantra el discurso poético y en el que, a veces, el autor enciende una luz imprevista que da continuidad al sentido auténtico de vivir: “¿Y qué quedaría de todo?/ Quedarías tú/ y este poema/ para cantar”.

Autor: Fernando Ferreyro

Fuente: https://brecha.com.uy/la-continuidad-tiene-luces-imprevistas/