Nuestra violencia de cada día

Entrevista con Romina Reyes acerca de Reinos
por Soledad Castro Lazaroff para Brecha

—¿Cómo nació la edición de Reinos en Uruguay?

Este libro, Reinos, lo publiqué en 2014, es un libro que nunca se ha dejado de vender allá. Un día Joaquín, el editor de Fardo, me escribió por Instagram y me dijo que le había gustado y que quería publicarlo en Uruguay. Era de noche, yo estaba un poco borracha, y le dije que sí, que me parecía bien, que habláramos. Fue muy de la nada. Yo tenía cero referencias de él, Fardo es una editorial chiquita, pero estudié el tipo de trabajo que hace Joaquín y me gustó.

—¿Qué significa para vos editar tu libro en Uruguay?

Es la primera vez que publico en el extranjero. Es reemocionante, es parte de mis objetivos de ser escritora. Mi literatura tiene un potencial político muy feminista, entonces me gusta que se lea, que genere discusión. Hay mucha violencia hacia las mujeres en Reinos, pero no está cuestionada ni criticada, sino mostrada en bruto. Eso es algo que atrae. Era chica cuando lo publiqué. Tenía 25 y ahora tengo 33; ha sido un viaje entender lo que es escribir.

Igual para mí es fuerte, de repente vuelvo a leer el libro y es hardcore. Pero hay un trabajo con el lenguaje, con cómo se habla en Chile. Me daba mucha lata leer literatura que sonaba muy limpia, escrita para que fuera traducida o entendida en distintos lados.

Además, hay un tema de colonialismo. A cada rato leemos españoles y nadie piensa ni por un segundo en traducirlos. Pero, además, es interesante posicionar a los personajes con el habla: el lenguaje de mi libro te sitúa en un ambiente de precariedad generalizada. Reinos se trata sobre cómo es ser mujer o disidencia en un lugar superhostil, como es Chile. Y aun así buscar el amor y la pasión, arrojarse a eso con todo lo que significa. Por eso está la violencia, porque esa libertad, ese arrojo, tienen consecuencias.

—¿Lo pensaste como un libro feminista?

No. Estudié periodismo en la Universidad de Chile y era un ambiente muy heterosexual, muy machista, mucha valoración al machito de izquierda. Tuve compañeras que fueron abusadas, y eso estaba normalizado. Entonces, Reinos tiene que ver con habitar un espacio violento y ver qué puedes hacer ahí. En esa época, que fue de mucha movilización social, el sujeto político era el estudiante. La mujer no estaba presente como sujeto político. Los encapuchados eran los compañeros; parecía que las compañeras solo estábamos para llevar limón y bicarbonato, y cumplir ese rol de enfermeras. O para ser la polola de. Pero después estudié en Argentina de 2016 a 2018 y me tocaron las protestas por el aborto, y también era una mujer sola en otro país, y eso es fuerte. En 2018, en Chile fue el mayo feminista y las estudiantes por primera vez se pusieron a ellas como sujeto político. Me daba envidia, me daban ganas de estar ahí, en las tomas separatistas. Fui agarrando más esa conciencia, esa fuerza. También, entremedio, salí del clóset. Cuando volví a Chile, ya era totalmente feminista.

—Entonces, Reinos trata más sobre la idea de ser joven.

Sí. Es potente, habla de una juventud enfrentada a un sistema muy carnívoro, que se come todos sus sueños. Estaba saliendo de la universidad y entrar al mundo adulto era una depresión tremenda. Estudié en una universidad de izquierda, sentía que me habían enseñado cosas valiosas, pero que no me servían para conseguir trabajo. Salí muy idealista, diciendo «no a los diarios de derecha, nunca voy a trabajar ahí». Y bueno, la máquina te va comiendo, la izquierda nunca paga bien [risas]. Entonces, trabajé sobre ese sentimiento de vivir una adolescencia reiterada y nunca estar conforme con el mundo. En Reinos los personajes no buscan ser exitosos, ganar más plata: buscan el amor, la felicidad. Y no la encuentran. Esa es la tragedia.

—¿Y la novela que publicaste en 2019?

Ese sí es un libro feminista. Es una autoficción, se trata de las historias cruzadas de una hija y una madre, en distintos tiempos. La chica tiene 25 años y vive este Chile neoliberal del siglo XXI; la madre se enfrenta con el hecho de ser una mujer joven en la dictadura chilena, que tiene un potencial narrativo superfuerte. Me llamaba la atención todo el horror de la tortura, la sensación de vivir con miedo. Pero también esa cosa de llevar adelante la vida cotidiana: hay detenidos desaparecidos, hay toque de queda, pero igual tienes que hacer tu vida, comprar pan, salir con las amigas, estudiar. Es una novela dura, un mapa de violencias. El personaje de la madre es muy sororo, tiene distintas amigas y familiares a las que les pasan cosas, y ella está ahí, apoyándolas.

—Sosteniendo.

Tratando de escuchar, de acompañar a la otra. Si la violencia no tiene una solución, una solo puede abrazar.

—Llevarle a tu amiga un chocolatito.

Claro, o recibirla en tu casa. Y me pasó que en agosto de 2019 salió el libro y en octubre fue el estallido social. Y volvió esa sensación de la dictadura, que yo no la viví, pero eran un poco los mismos relatos: militares en la calle, gente muerta, toque de queda. De pronto estaba viviendo yo misma lo que había pensado para la novela. Hay un gobierno criminal, hay terrorismo de Estado, pero igual tengo que ir al supermercado a comprar el almuerzo.