Diez años de metáforas en clave de mujer

La década transcurrida es una buena oportunidad para revisar algunas historias que aparecen y desaparecen en la construcción de la subjetividad femenina, y reflexionar sobre las herencias y los conflictos que rodean a las mujeres a la hora de escribir y publicar.

En 2010 fui invitada a participar en el coloquio “La igualdad de género en la cultura. Una agenda en controversia”, organizado por la Dirección de Cultura del Mec. Para mi exposición elegí repasar las fronteras y las potencialidades de las escritoras uruguayas a la hora de acceder a la publicación de un libro. La manera que encontré fue hacer una encuesta sencilla, sin pretensión estadística. Preguntaba, básicamente, si las mujeres escribían menos que los hombres, si tenían más dificultades que ellos para publicar y cómo era su relación con la industria editorial. No tuve en cuenta su lugar destacado en la literatura infantil y juvenil. Tampoco la escritura en Internet. Presenté las preguntas a un grupo de 20 autoras. Para mi sorpresa, siete no contestaron y una manifestó no tener una opinión al respecto. Las respuestas de las 12 restantes revelaron experiencias individuales y razones coyunturales, que oscilaban entre el desacuerdo y la coincidencia. Diseñaban una versión parcial de la realidad.1

Del mismo modo, reenvié las preguntas a diez editoriales para solicitar su opinión con respecto a las posibilidades que tienen las uruguayas de acceder a ser publicadas. Más allá de variantes y especificidades, todas respondieron, aunque no todos los ítems. También quise saber quiénes se presentaban a los concursos literarios. Solicité información al Mec, a la Intendencia de Montevideo y a Banda Oriental. Y consulté a la Biblioteca Nacional por sus publicaciones. La posibilidad de hacer cruces parecía interesante para poner en discusión ciertos indicadores y preconceptos que solemos integrar en nuestro imaginario. Omito el detalle, pero la ventaja masculina fue muy clara.

LA VIDA TE DA SORPRESAS. Las 12 escritoras que respondieron eran bastante o muy conocidas. Narradoras, poetas y ensayistas, a veces trabajaban con los tres géneros y en ocasiones otros: Laura Alonso, Alma Bolón, Daniela Bouret, Sabela de Tezanos, Mercedes Estramil, Sylvia Lago, Alicia Migdal, Mariella Nigro, Teresa Porzecanski, Silvia Riestra, Marisa Silva Schultze, Ana Solari. Las muy jóvenes –más nuevas en el métier– fueron las que callaron sin dar explicaciones. Pensé que tal vez no les había llegado el tiempo de examinar los motivos por los que gran parte de las mujeres naturaliza la hegemonía masculina en lugar de cuestionar esa sutil dominación simbólica y material a la que siempre estamos expuestas. También era posible que prefirieran no declarar porque acababan de iniciar un camino y sus incertidumbres iban por otro lado. En ese tiempo, sólo algún sector minoritario de la academia y ciertas organizaciones sociales tenían el tema del género como objeto de estudio o referente.

Para las mujeres seguía siendo difícil escribir. Las relaciones de poder que Virginia Woolf desafió en Un cuarto propio (1929) mantenían su vigencia y revivían las desigualdades perpetuadas en el esfuerzo diario de compatibilizar la escritura con la inserción en el mundo laboral, el hogar, los hijos, el cuidado de ancianos y enfermos, roles asignados tradicionalmente que comprometen el tiempo real y emocional de las mujeres, y determinan su marginación e invisibilidad. Al tener que debatirse entre las exigencias del espacio público y el privado, era obvio que no estaban en igualdad de condiciones para producir.

Las respuestas me sorprendieron. Diez de las 12 mujeres no encontraban diferencias con los varones a la hora de publicar. Subrayaban que el problema no estaba en el género sexual, sino en el literario, que lo difícil era publicar poesía y que, justamente, la escritura poética era a la que mayor número de mujeres se volcaba. Alonso se quejó de que prácticamente no existieran “editoriales interesadas en publicar poesía haciéndose cargo de los costos y que por eso casi toda la poesía de mujeres (y de hombres), publicada bajo sello editorial o no, era edición de autor”; “la dificultad pasa exclusivamente por el dinero del que uno disponga para sacar un libro”. Para Tezanos, “debían promover más oportunidades para publicar poesía, pero buscando el intercambio de reflexión necesaria con los varones: hay construcciones que nos constriñen y afectan a todos y todas (hombres, mujeres, homosexuales, lesbianas, etcétera)”.

La mayoría habló de la legitimación de los premios y celebró los concursos que recompensan en metálico, sobre todo si incluyen la edición. En general, estaban de acuerdo en que los premios legitiman la obra, atraen a los críticos y pueden despejar el camino para la publicación. Reconocían que hay escritores y escritoras que si no encuentran un editor pueden pagar la edición y otros que no, y que la calidad es distinta según la inversión. Casi todas destacaron el daño que causa el mercado literario “para mujeres”, que enfatiza temas “propios de mujeres”, escritos con sentido de la oportunidad por otras mujeres, y que corren el riesgo de ser leídos solamente como “cosas de mujeres”. Hablaron de los peligros de cierta “discriminación positiva” y de la guetización, impuesta o voluntaria, propiciada muchas veces por razones comerciales en pos de un “boom femenino” –sobre todo en la narrativa–, que estimula prejuicios y disimula subordinaciones. También se dijo que si no fuera por ese “boom femenino”, muchas escritoras jamás hubiesen podido publicar.

INDIVIDUALIDADES. Bolón objetó que las preguntas se destinaran a un grupo de mujeres: “Estás presuponiendo lo que debería ser demostrado previamente, a saber, que las señoras en tanto que señoras tienen algo específico que decir sobre el asunto. La identificación de causas y consecuencias es un arte peligroso, y más en Uruguay, donde el bolazo más bolazo tiene asegurada la impunidad, siempre y cuando la autoridad lo autorice”. Bolón opinaba que por ser mujer no tenía por qué saber responder como tal, que “cualquiera puede hablar de género, muchas veces para decir cualquier cosa que involucre los más diferentes grupos de mujeres”. Definía su destino editorial en función de opiniones políticas y no de género sexual. Estramil creía “innecesario y perjudicial pegar la etiqueta de género a todas las prendas y en todos los contextos”. Pensaba: “Si la mujer o el hombre quieren ‘llegar’, deben saber (intuitivamente, a los golpes, con paciencia, maquiavélicamente o como sea) cómo hacerlo y, sobre todo, saber que la receta del otro no es nunca tu receta; llevar una etiqueta pegada no es el camino”. A Solari le parecía que no existía discriminación de género en Uruguay, “por lo menos en algunos ámbitos (creativos)”. Dijo no haber sentido “discriminación literaria” y que una posibilidad –“pero es una interpretación muy traída de los pelos”– podría relacionarse “con que la literatura que hago no es ‘femenina’: una mujer que escribe ciencia ficción es igual a una mujer que escribe ‘como un hombre’”. Para Migdal, era esencial “la variedad y el sesgo que introduce la mirada de la mujer cuando piensa por fuera de los clichés que el propio feminismo ha venido acumulando para caracterizarla”. “Antes debíamos ser escuchadas en relación diferenciada a la voz masculina; ahora a la voz adocenada de los feminismos o los prejuicios generados por la política de distinguir las diferencias.”

EL TIEMPO VUELA. Al cumplirse diez años de aquel ejercicio, creí que podría tener algún interés recabar otra vez sus opiniones para saber si el avance de los feminismos había modificado las ideas. Todas ratificaron lo dicho. Migdal, con parquedad: “En principio, pienso exactamente igual”. Bolón también, pero aclaró que “opiniones políticas” abarca desde opciones electorales hasta prácticas que desordenan las maneras instituidas de inteligir y percibir lo que nos rodea y toca”. Estramil afinó: “Es una postura personal y la sigo sosteniendo. Una etiqueta de género (o de lo que sea) a lo mejor sirve para avanzar un corto o mediano tramo, pero conviene despegarla antes de que arrastre o detenga. Porque el precio que se paga después suele ser excesivo y está íntegramente descontado de la creación, que debería ser libre, autónoma y caprichosa, sin negociaciones ni ataduras externas”. Solari amplió: “Carezco de datos sobre si hay más varones publicados o si las mujeres deben pelear más por llegar a la publicación. No sé qué ocurre en los eventos internacionales, los encuentros de escritores y las ferias en relación con la participación de escritoras. Creo que en la literatura hay que profundizar este tema y no quedarse en la categoría ‘discriminación de género’”.

Soy consciente de que la brevedad requerida para sus declaraciones favorece el recorte arbitrario y deja afuera aspectos esenciales. Pero acaso resulte de cierta utilidad para entrever la variedad de sensibilidades que se movilizan alrededor del tema y entender que, en cualquier caso, generalizar no conduce a buen puerto y, a la hora de escribir y publicar, no todas las mujeres se sienten afectadas por las mismas cosas.

Resulta llamativo que un Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres se organizara por primera vez en nuestro país en 2003. Y que no volviera a realizarse, no obstante el entusiasmo del numeroso público que compartió aquellos días fermentales. Como suele suceder en iniciativas que refieren al tema del género, surgió a instancias de mujeres. En esta ocasión, de cuatro escritoras: Sabela de Tezanos –que propuso la idea–, Melba Guariglia, Alicia Migdal y Tatiana Oroño. Las actas de las sesiones, que incluyen cerca de cincuenta ponencias escritas por mujeres y hombres, se publicaron dos años después en el volumen La palabra entre nosotras.2 Tal vez la dilación fue otro indicio del escaso peso que tenía el tema. Uruguay aparecía casi descolgado de los discursos académicos y periodísticos metropolitanos cuyas agendas lo mantenían como prioridad.

Experiencia pionera de mujeres que editan fue la de Rebeca Linke, fundada en 2007. Pero en 2009 sólo publicaron dos libros de autoras. María del Carmen González, una de sus responsables, junto con Graciela Franco y Patricia Núñez, así lo explica: “El problema está en el escaso lugar que tiene luego ese libro en el mercado: hay dificultad para difundirlo y venderlo, es decir, para que el libro tenga lectores. Entonces, el esfuerzo económico resulta estéril”. En las antípodas se ubican las cuatro compilaciones de cuentos editadas por Gabriel Sosa en Irrupciones, un éxito de ventas si se piensa que también es una editorial pequeña. Más de ochenta relatos y cuatro prólogos, todo con pluma de mujer. El resultado fue diverso y polémico.3

¿CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR? En la última década, la sociedad y la cultura en Uruguay han experimentado cambios importantes. Para tender puentes con el aquí y el ahora, intenté poner en circulación un conjunto de voces nuevas. Quería saber qué influía en las escritoras más jóvenes al escribir e intentar publicar, si existe para ellas una especificidad de la escritura femenina, si escriben menos, si escriben mejor o peor. Tampoco esta vez fue fácil. El tema derivó en la novedad de un grupo de escritoras y escritores jóvenes que decidieron editar sus propios libros y los de sus coetáneos en sellos pequeños, gestionados por amor al arte, los libros y la literatura. Proyectos de tiraje corto, poco conocidos, que no se sabe si durarán, pero que, mientras tanto, pregonan la emergencia de voces nuevas (y no tanto). Muchos están nucleados en el colectivo oriental de editoriales independientes Sancocho.

Leonor Courtoisie es una de esas jóvenes creadoras‑editoras. “En lo personal, no tuve problemas, porque cuando quise editar me autoedité y armé una editorial. Ahora, es cierto que mis colegas varones que hicieron lo mismo –autoeditarse y armar una editorial– tuvieron una resonancia mayor. Igual, creo que tiene que ver con la disposición al género literario: la gente no suele leer dramaturgia actual y tiene muchos prejuicios. Por otro lado, cada vez que hacemos una actividad con Salvadora,4 casi no participan varones, y siempre se nos hace la misma pregunta: ¿por qué publican sólo mujeres? Suelo responder dos cosas: la primera, que una vez leí una entrevista a unas editoras argentinas que están en la misma situación y ellas decían que al resto de las editoriales, que tienen una mayoría horrorosa de hombres en su catálogo, nadie les pregunta por qué editan sólo hombres; la segunda, que, ¡ah!, no me había dado cuenta. No sé cómo es la experiencia de las más jóvenes [ella aún no cumplió los 30]. Sí veo que hay una enorme diferencia entre varones y mujeres: cuando se les plantea leer o participar de alguna actividad, las mujeres suelen tener muchísimo más miedo y precaución, mientras que los hombres se lanzan de una. Creo que el tema es contextual. Ni siquiera se llega a editar porque te destruyen antes con comentarios, no invitaciones, etcétera. Lo que las pibas jóvenes suelen hacer es terrible, y es lo que hace la mayoría con su primer libro: pagan muchísimo y no quedan satisfechas con el trabajo, por el poco cuidado que tuvo quien debió defender la edición y porque la distribución no existe. Algunas ni vuelven a editar; quedan ahí, en esa experiencia frustrante. Del tema de editar mujeres no suele hablarse en las reuniones ni en las ferias. Porque por ahora hacemos ferias, no mucho más. No hay demasiada reflexión. Estamos intentando sobrevivir.”

SALIR A LA CANCHA. De las editoriales llamadas independientes, Martín Fernández es quien mueve más libros. Entre 2009 y 2019, sumando los sellos Hum y Estuario, fueron más de trescientos: sólo en 2009, seis de mujeres y 29 de hombres; en 2019, seis y 13, respectivamente. “Llegan más originales de hombres que de mujeres, más del doble. Por eso publicamos más hombres. No es que no queramos jugarnos por las autoras. Me encantaría publicar más mujeres”, declaró Fernández.

Julia Ortiz, de Criatura Editora, apunta algo similar: “Desde 2011 hemos recibido 334 manuscritos firmados por hombres y 134 por mujeres, editamos 82 libros de autores y 31 de autoras”. Estefanía Canalda indicó que en 2019 Fin de Siglo publicó 27 autores y seis autoras.

Evocando los años de La Propia Cartonera, Diego Recoba detalla: “De 2009 a 2017 publicamos 53 hombres y 35 mujeres. Se podría haber laburado más para ser paritarios, pero también nos pasó que muchas mujeres nos dijeron que no, o que, por distintos motivos, se trancó demasiado su publicación, al punto de que no se publicaron. Se trataba principalmente de una actitud: como que eran las únicas que tenían dudas sobre si lo que tenían era bueno o malo. Nos pasaba que a cualquier autor hombre, incluso debutante, le decíamos de publicar y al poco tiempo nos mandaba algo. Con las mujeres era complicadísimo, porque primero te decían que no, después que puede ser, después que no, después que sí. Una vez que te decían que sí, no te mandaban el libro o, cuando lo mandaban, te escribían al tiempo para decirte que querían leerlo de nuevo porque estaban inseguras. Así pasaban meses; a veces años. En algunos casos el proyecto quedaba trunco. Creo que, históricamente, se ha sido duro con las escritoras. Por eso esa inseguridad permanente de salir a la cancha. Igual, siento que los tiempos han cambiado. Ahora estoy seguro de que la mujer está más empoderada, aunque falta mucho todavía.”

La Coqueta, editorial de poesía, se fundó en 2017 y lleva publicados seis poetas varones y tres poetas mujeres. La integran los autores María Laura Pintos, Lucía Delbene, Marcos Ibarra y Laura Alonso. “Trabaja sin fines de lucro, se apoya sobre todo en la energía del colectivo propio –del cual son parte no solamente el cuerpo editor, sino también las y los poetas con los cuales trabajamos– y en la de otros, como el grupo Sancocho, para sacar los libros adelante”, dice Delbene.

Factor 30 comenzó a funcionar en 2016. Cecilia Pouso nombra 14 publicaciones, cuatro de mujeres (una en coautoría con un varón). Explica su propio recorrido en la ficción: “Ha sido muy errático. No puedo decir si es difícil publicar, porque antes no lo había intentado. En este sentido, no tengo fundamentos sobre el tema desde una perspectiva más de género. Aunque sabemos lo que dice la historia de la literatura de todos los tiempos.”

Desde 2016, Pez en el Hielo, de Daniela Olivar y Gonzalo Baz, ha publicado diez autores y seis autoras. Olivar, que además es escritora, afirmó: “Llegan muchísimas más propuestas de varones. Identificar las dificultades que conducen a eso implicaría reflexionar sobre cómo han sido históricamente las relaciones de poder en la literatura uruguaya: catálogos masculinos, autoras invisibilizadas, manuscritos en cajones. En los últimos años se siente una presencia creciente de mujeres, tanto en los catálogos como en los ámbitos de producción del libro independiente, que es el lugar donde nos movemos”.

Ediciones del Demiurgo nació a fines de 2017. Los cuatro libros que ha editado son de varones y hay dos volúmenes colectivos que integran un proyecto desarrollado en liceos de la ciudad de Progreso. Según su responsable, el escritor Rodrigo Clavijo, allí organizan un concurso literario en el que pueden participar todos los estudiantes.5 “Lo han hecho 12 mujeres y tres varones. Durante la adolescencia, son las chicas quienes más se animan a mostrar sus producciones artísticas (no me atrevería a afirmar que son quienes más escriben). En el concurso nacional, sin embargo, que tenía un tope de 35 años, la mayoría eran varones. Hasta el momento, ninguna mujer ha enviado textos a Ediciones del Demiurgo, pero varios hombres lo han hecho. He invitado a mujeres a publicar sus obras, pero aún no se ha concretado.”

Dirigida por los escritores Eugenia Ladra, Joaquín di Lorenzi y Mateo Rovira, Fardo nació en 2018. Entre narrativa y poesía, lleva siete libros publicados, tres de autoras y cuatro de autores. “Para este año tenemos prontos o muy encaminados cuatro más, dos de autoras, así que viene parejo. Trabajamos con ilustradoras, salvo un libro que fue escrito e ilustrado por el autor. Nos interesa publicar mujeres y disidencias jóvenes que hayan tenido poca o nula presencia en otras editoriales. Si bien ahora el panorama editorial está muy abierto a las mujeres (incluso se puso ‘de moda’ la escritura femenina, latinoamericana y sub‑50), no siempre se leen publicaciones en las que las mujeres o las disidencias puedan hablar de temas que les son propios y que, en cierta manera, escapan a la experiencia masculina: temas como la menstruación, las prácticas sexuales lésbicas y los feminismos. También nos interesa abordar textos que no se apeguen totalmente a la lógica binaria, femenino‑masculina.”

Por su trabajo solitario, las escritoras (y los escritores) suelen quedar rezagadas en la puesta en público de las cuestiones literarias, más si involucran el género. Leerse, conocerse, acordar y polemizar es algo irremplazable y una búsqueda infinita. Es tomar la palabra.

1.      Agradezco al poeta, investigador y periodista Gera Ferreira, quien en una conversación reciente me recordó ese trabajo.

2.     La palabra entre nosotras. Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres, 2003. Banda Oriental, 2005.

3.      22 mujeres. 21 cuentistas y una prologuista, 2012, 2013 y 2014. El papel y el placer. Relatos eróticos de mujeres, 2013.

4.     Con Diego Recoba funda, en 2017, Salvadora Editora, especializada en dramaturgia.

5.     Recuerda el conocido proyecto En el camino de los perros. Antología crítica de poesía uruguaya ultrajoven, Estuario, 2018.

Autora: Alicia Torres

Foto: Magdalena Gutierrez

Fuente: https://brecha.com.uy/diez-anos-de-metaforas-en-clave-de-mujer/